viernes, 20 de junio de 2008

Freddy

Cuando los vi, “sancajeaba” un pasaje de regreso a Guantánamo desde la Terminal de Ómnibus de La Habana. Me quedaban 250 pesos en el bolsillo y más de la mitad eran para el viaje, sin contar merienda, por supuesto. Saqué cuentas: un día más en la capital, 30 como mínimo para moverme en la ciudad, y el resto para el trayecto, algún imprevisto…
Las mejores Voces del Siglo, empolvadas todavía a pesar de mis reiteradas caricias sobre sus pieles de plástico, reposaban sobre el cristal roto del mostrador de uno de esos estantes que aligeran el tiempo. Al alcance de mi mano, canciones de Barbarito Diez, Pacho Alonso, Bola de Nieve, Moraima Secada…,: cuartetos olvidados por casi todos, agrupaciones que sólo recuerdan los abuelos.
Casi dos horas después, salía –caminando- triunfante a las calles cercanas a la Plaza de la Revolución, en una mano, un boleto de viaje tejido de artimañas y en la otra, un cassete con un rostro andrógino a primera vista, y debajo, en letras tímidas, Freddy, una mujer que canta.
Mucho tiene que agradecerle la cultura nacional al sello Egrem por la iniciativa de rescatar a los más escuchados intérpretes del siglo veinte, hombres y mujeres con voces-sentimientos que enamoraron o hicieron bailar a más de una generación, incluyendo a la Freddy que rasgara, más de una vez, en las madrugadas infinitas de la Habana de los cincuenta, la Noche de Ronda de Agustín Lara.
Ya en Guantánamo, reencontré los fonogramas en los estantes sospechosamente repletos de la librería Asdrúbal López. De la presencia, se enteraron sexagenarios y alguna que otra institución cultural, el resto de los visitantes miran, mal disimulan una mueca, y siguen de largo.
Afuera, en un bafle excesivamente elocuente, “desentona” un estribillo soez y, a ratos, ininteligible de un grupo de paso que, en unos meses, nadie recordará con nostalgia. Alrededor del suceso cultural –aunque le quede grande el traje- los paseantes del párrafo anterior se han detenido y ahora se abandonan a la escucha mientras corean, con todos los lenguajes posibles, términos en un español desconocido.
Más adelante, la algarabía de una fiesta infantil provoca mirones entre los transeúntes normalmete despreocupados que transitan por las calles aledañas al Parque Martí: una niña en tacones reproduce un espectáculo de obscenidad que, de seguro, no entiende. “Es sólo un baile”, ha venido a decirme mi otra personalidad postmodernista: la mandé a “volar”: a estas alturas no queda otra que liarse al grupo de los conservadores.
En el piano bar Cerca de ti, un sitio de culto al amor y al buen oído, un joven se acerca al musicalizador para pedir una canción romántica “¿no tiene nada por ahí de Noelia?”, mientras se escucha, se paladea casi, un bolero de Cesar Portillo de la Luz que va deslizándose, sensualísimo y locuaz, por entre las luces de pasión.
Célebre, y con sus razones, fue la década prodigiosa: haciendo historia, codo a codo, Fórmula V, Mocedades, Leo Dan, Los Mustang, Los Diablos..., canciones que los cubanos asumimos como nuestras y son, en muchos hogares, las primeras melodías que los niños aprehenden del gusto de sus padres. No es raro entonces que Ya lo pasado, pasado, por ejemplo, sea algo así como una condición sine qua non para entrar al paraninfo de los románticos.
Pero algo se fue quedando detrás, y nada menos que la mejor parte, ese siglo de oro y de primicias que fue la música cubana del mismo tiempo: el feeling de la Burke, la exquisita sonoridad de Los Zafiros –“rescatados” hace pocos años gracias al filme del mismo nombre-, las D’Aida, los Van Van de Los pájaros tirándole a la escopeta, Xiomara Laugart, el ritmo bárbaro de las jazz band del Benny, del ciego de oro, de Chano, de Freddy...
Esos “perdidos” que construyeron su propio estrellato y se ganaron, a fuerza de sudor y talento, el derecho a encumbrar a la música cubana como una de las más ricas y diversas del mundo occidental, a la par de países como Brasil y Puerto Rico, se han reducido a meras alusiones nostálgicas en programas de poco brillo y, en algunos casos, a la selección ya no tan exclusiva de La Gran Escena.
Sólo la EGREM tuvo el tino de salvar para el pueblo, gracias a la producción de cassetes con precios módicos en moneda nacional a la par que los discos para el mercado en divisas, estos fonogramas con lo mejor, y no creo que exagere, de la música cubana de todos los tiempos.Ya se dan los primeros pasos, pero no creo que sean suficientes. Sólo nos queda esperar un salto definitivo hacia el rescate de ese pasado de oro, que Cuba los salve...

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